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Lara Gil, antropóloga, feminista y activista contra la gordofobia, asegura que contar su historia le permite abrir la puerta a un diálogo sobre un tema tabú: las mutilaciones legales y consentidas a las personas gordas. “Tras años de dietas y ejercicio, de someterme a todo tipo de restricciones, hace diecisiete años me realicé una cirugía bariátrica que cambió mi vida de manera radical y definitiva. Y no como yo había imaginado”, escribe en Manual para romper un cuerpo, un desgarrador testimonio en el que la autora cuenta las terribles consecuencias irreversibles de someterse a una operación a los 19 años que prometía lograr que dejara de sentir hambre.
"Entré al quirófano porque no podía controlarla, porque era insaciable, se comía todo y se me estaba comiendo a mí. Ni yo ni mi gente podíamos frenar esa hambre que no se calmaba con comida. No había bollos suficientes para calmar el hambre que sentía. Reducir mi estómago la reduciría, me dijeron, pero sigo teniendo hambre. Aunque la que me acompaña ahora es un hambre diferente. Mi cuerpo no es una máquina, una ecuación, un recortable al que le puedes cambiar el tamaño y la forma. Al cortar mi estómago lo convertí en un órgano enfermo que no responde a la comida. No como porque mi estómago es pequeño, no como porque mi estómago está enfermo. Antes se calmaba comiendo, ahora nada calma el hambre que siento”, asegura.
Comentas que durante mucho tiempo te has ocultado por dentro y por fuera. Este libro supone quitarte la camiseta en la piscina pública y lanzarte a ella de lleno.
Hay mucho silencio y una especie de pacto social en el que las personas gordas creemos que no tenemos derecho a existir y a ser visibles. Creo que hay que romper ese pacto y ese pensamiento en el que no cabemos las personas gordas. Tenía también que hacer el ejercicio personal de creer que mi historia es válida y tiene que ser contada, al igual que la de muchas personas gordas. Ha sido un ejercicio súper personal consistente en darle lugar a la historia de violencia que he vivido y que es colectiva; una historia que muchas personas gordas vivimos.
¿Es ser gorda hoy un acto de resistencia?
Depende de cómo entendamos la resistencia. A las personas gordas, aunque seamos la mayoría, se nos ubica en el lugar del margen y de la disidencia. Salir a la calle, ir a trabajar, relacionarte y quererte es un acto de resistencia, porque el mundo te está diciendo que no te mereces ocupar espacio ni ser querida. La gordofobia nos quiere encerradas en casa, adelgazando. Por eso, nuestra existencia es una forma de decirle al mundo que podemos ser gordas. En definitiva, sí creo que ser gorda es resistir.
La gente parece preferir estar enferma a gorda.
Vivimos en una sociedad profundamente gordófoba y a veces, cuando hablamos de gordofobia, parece que estamos hablando de cosas sencillas, como de presión estética, pero la realidad es que el miedo a engordar lo vamos construyendo desde bien pequeñitas y se convierte en algo que articula nuestra vida. Las personas y sobre todo las mujeres vamos tomando decisiones cotidianas diarias que están dirigidas a controlar nuestro cuerpo y nuestro peso.
La realidad es que hemos aprendido que mucho de lo que somos tiene que ver con el cuerpo que tenemos y con que este sea delgado. Es tan importante ser delgado en este mundo que afecta a conseguir trabajo, a conseguir lo que te deseen, a que te quieran… Afecta a cosas tan esenciales que es lo que todo el mundo quiere. Me estoy encontrando mucha gente que tiene un bypass como el mío que me dice que aunque son reales las consecuencias que cuento, le compensan, porque ahora están delgadas. Preferimos estar enfermas antes que estar gordas.
Te operaste intentando huir de una vida a dieta y ahora, vives a dieta 24/7.
Algo que yo he ido descubriendo después de la operación y que también quiero señalar con el libro es que la magia no existe. Por muchos ejercicios que hagamos de intentar controlar al cuerpo, este responde a muchas cosas más allá de lo que nosotros decidamos o queramos controlar. Si las dietas funcionaran, las personas gordas no estaríamos gordas y si el bypass funcionara, no habría personas gordas. Que no paren de aparecer métodos para adelgazar y que sigamos aumentando el número de personas gordas para mí no demuestra una incapacidad de las personas para controlarse. Estamos intentando controlar algo que no se puede controlar.
Lo que hay que hacer es un cambio de mirada. Esto pasa con el bypass, porque te obliga a controlar lo que comes mucho más que una dieta. Te lleva a una restricción mucho mayor y esto va a pasar con Ozempic y sus derivados. Los médicos están hablando de que solo funciona si te lo pinchas: cuando dejes de tomar esa medicación, vas a engordar y además, vas a aumentar de peso, porque el efecto rebote existe. Lo que no existe es la magia no. Todos estos métodos consiguen que nos sacrifiquemos de por vida. Eso significa aceptar una vida de sacrificio y control absoluto.
¿En qué momento aprendiste a quererte?
A mí me ayudó mucho el activismo. Había vivido siempre mi sensación de inseguridad y de inferioridad. Pensaba que no iba a ser deseada, que nadie me iba a querer. Yo lo había vivido como un problema mío interno que tenía que ver con mi cuerpo. Y cuando he empezado a ver que tiene más que ver con la gordofobia, con el patriarcado y con un montón de normas que nos expulsan a la mayoría de las lógicas del deseo, he empezado a ver que no es que haya un problema específico en mí, sino que vivimos en un mundo súper excluyente que rechaza los cuerpos y los margina.
No es que las personas gordas sintamos que no nadie nos va a querer, es que realmente la sociedad no nos quiere y además se demuestra cotidianamente, entre las series y las películas, mostrando que es imposible desear a una persona gorda. Aprender a quererte en un mundo que no te quiere es muy difícil y yo creo que el activismo, así como una mirada política y social de nuestros problemas individuales, ayuda.
En Hambre, Roxanne Gay habla de cómo paradójicamente, cuanto más ocupas, menos visible eres.
Efectivamente. Yo siempre pienso que en la adolescencia somos hipervisibles, pero nos vamos haciendo adultas y pasamos a ser invisibles. Es una violencia muy perversa, porque somos hiper señaladas y a la vez, nadie nos quiere ver. No hay novelas que hablen de nosotros, ni películas, ni series. Últimamente me gusta decir que vimos una realidad gorda, pero una ficción delgada.
El mundo está lleno de personas gordas y tenemos cuerpos, vidas, deseos y sentimientos, pero luego en la ficción y en el relato que tenemos no existimos. Cuando recibes un insulto, una agresión, un acoso o algo parecido, parece que es normal y legítimo, porque en realidad, no tenemos referencias. No vivimos en un mundo en el que entendamos que las personas gordas tenemos que ser tratadas bien, que tenemos derechos. Cuando nos insultan, no sabemos responder porque parece que es legítimo insultarnos.
El problema de silenciar tu gordura es que silencias la violencia recibida. Lo que no se nombra, no existe.
Últimamente pienso mucho que las personas gordas somos cómplices de la gordofobia que se hace hacia nosotras, como una estrategia de supervivencia. Hay una complicidad, porque la gordofobia es un ejercicio de control y domesticación a las personas gordas. El mundo no quiere que existamos y por eso, se nos castiga. Cuando nosotras guardamos silencio y no respondemos, pensamos que nos merecemos esa violencia, estamos siendo cómplices de la idea de que merecemos ser castigadas. Eso es muy difícil de transformar, solo se puede hacer colectivamente y bien acompañado, pero tenemos que hacerlo.
Luego está la preocupación como disfraz del odio.
La preocupación tiene que ver con la superioridad moral y habla más de las ideas y los miedos que la persona preocupada tiene que de lo que le está pasando a la persona por la que se preocupa. Usamos la preocupación como una forma de poner por delante nuestras ideas y nuestros miedos, porque si realmente la sociedad estuviera preocupada por las personas gordas, lo primero que haría sería acabar con la gordofobia, porque ese es el principal de nuestros problemas. El mayor problema que tenemos es que no podemos acceder a los mismos puestos de trabajo, que cobramos menos, que por la calle nos insultan, que no cabemos en los asientos, que la gente no nos quiere… Esos son problemas reales que a nadie le preocupan. Sin saber si tenemos problemas de salud, todo el mundo está preocupado por ella.
Claramente es una hipocresía y habla de una superioridad moral y de una forma de mirar a las personas gordas como si fuéramos niñas que nos enteramos de nada y que necesitamos ser guiadas y aconsejadas.
Es curioso que a la gente le sorprenda que hables del cuerpo en términos de batalla, pero en cambio, la guerra contra la báscula se normaliza.
Es interesante cómo se utiliza el lenguaje bélico con el cuerpo. Habla de una forma moderna de entender el cuerpo desde el control. Demuestra que no vivimos en una armonía con nuestro cuerpo, sino que entendemos el cuerpo como una máquina que hay que domesticar y controlar. Cada persona vive sus batallas con el cuerpo, pero los procesos físicos que vivimos los entendemos desde la pelea, y tiene que ver con que hemos aprendido desde muy pequeñas que al cuerpo hay que mantenerlo a raya y dominarlo. Es un lenguaje belicista de la dominación.
Y es muy interesante porque se plasma en la delgadez, que se consigue peleando y luchando. Pero a ver, se utiliza un lenguaje positivo, “hay que ganar esta batalla”, por lo que si luego se utiliza en negativo, la gordura será vista como una pérdida o una derrota. Esto habla mucho de una sociedad que no ve la cooperación, no ve la armonía y no ve la diversidad. Lo que sí ve es la lucha permanente y una búsqueda de una dominación y una victoria.
Marita Alonso es experta en cultura pop y estilo de vida. Escribe acerca de fenómenos culturales desde una mirada feminista en la que la reflexión está siempre presente. No tiene miedo de darle una pincelada de humor a las tendencias que nos rodean e intenta que el lector ría y reflexione a partes iguales. Cuando escribe sobre relaciones, su objetivo es que la toxicidad desaparezca y que las parejas sean tan saludables como las recetas que intenta cocinar... Con dramáticos resultados, claro. Los fogones no son lo suyo.
Ha publicado dos libros ("Antimanual de autodestrucción amorosa" y "Si echas de menos el principio, vuelve a empezar") y colabora en diversos medios y programas de radio y televisión luchando por ver las cosas siempre de una manera diferente. Cree que la normalidad está sobrevalorada y por eso no teme buscar reacciones de sorpresa/shock mediante sus textos y/o declaraciones.
Licenciada en Comunicación Audiovisual por la Universidad Complutense, imparte master classes de cultura pop, estilo de vida y moda en diversas universidades. En Cosmopolitan, analiza tendencias, noticias y fenómenos desde un prisma empoderador.