No soy una mujer sexual. Quizá estoy siendo demasiado sexual. No llego al orgasmo. Quizá no debería moverme así. No me gustan mis piernas, no debería enseñarlas. Estoy haciendo esto, pero en realidad no me apetece. ¿Te suena este diálogo interno? No eres la única. Todas nos hemos enfrentado a pensamientos de este tipo respecto –o durante– el sexo, y por eso la sexóloga y experta en salud sexual y reproductiva Laura Cámara los recoge en su libro 'Desearte. Claves para el deseo sexual femenino'.

El libro –una suerte de manual para conocer y abrazar el deseo– parte de una premisa: el consentimiento es el requisito mínimo para el sexo, pero tenemos que ir más allá y dar al deseo la importancia que merece. Con él tenemos una relación tóxica porque seguimos viéndolo –en parte– como se ha visto siempre: al servicio de otro en apariencia irrefrenable, el masculino. Esta falta de consideración con el deseo propio no es cosa del pasado, lo vemos también en las generaciones más jóvenes. 1.500 mujeres españolas de entre 18 y 25 años participaron en 2022 en un estudio de Sigma Dos para el Instituto de la Mujer. Más de la mitad (un 57,7%) afirmaron haber tenido sexo sin ganas o por compromiso. En sus entrevistas, asocian el deseo a un ‘peso’ y una ‘carga social’. «La primera y más destacada de estas presiones es la de sentirlo: la exigencia de tener que experimentarlo», concluye el estudio.

Desearte: Claves para el deseo sexual femenino (Libro práctico)

Desearte: Claves para el deseo sexual femenino (Libro práctico)

El deseo sexual debería ser una motivación y no una carga. Por eso en este artículo no encontrarás consejos para ser mejor en la cama. Encontrarás, espero, una puerta a otra visión más sana. Esa puerta es el feminismo porque el deseo no es un impulso espontáneo, no puede estar más lejos del instinto animal, «es el resultado de un aprendizaje más o menos consciente a lo largo de tu vida. Una construcción social atravesada sin remedio por la cultura patriarcal», escribe Cámara. «Ser consciente de ello y querer desenmarañarlo implica adoptar una perspectiva de género».

¿Qué es ser una ‘mujer sexual’?

En su consulta, Cámara se encuentra muy a menudo con esta afirmación: No soy una mujer sexual. Y ella se pregunta: ¿quién decide lo que es serlo? El arquetipo que erotiza el patriarcado es prácticamente imposible de conseguir. Esto lleva a compararse y a frustrarse, a pensar si esto es lo deseable yo no lo soy. Esto se traduce en miedos e inseguridades que afloran a la hora de mantener relaciones sexuales y son enemigas del placer. Cada persona es sexual de una forma única. Intentar encajar en un molde normativo a presión es una barrera para el deseo sexual como lo es para tantas otras cosas.

El sexo no es una tarea o un deber

Las mujeres que afirmaron en esa encuesta haber tenido sexo por compromiso reproducen un patrón muy enraizado en nuestra cultura. «Es frecuente que el sentimiento de deber esté incorporado en la trama de una pareja estable y monógama en pleno siglo XXI. Es la sensación de que le debemos sexo a la otra persona por el solo hecho de ser nuestra pareja y se impone, a menudo, como una obligación o tarea», expone Cámara. «Esta exigencia autoimpuesta (de nuevo, el patriarcado habla) que nada tiene que ver con el deseo es otro gran impedimento para el placer».

El bucle funciona más o menos así: un día no te apetece tener sexo, pero lo haces igual porque te asaltan las inseguridades y ese sentido del deber –es mi culpa porque soy poco sexual, si lo hacemos todo irá mejor después–. En ese momento, se ha construido una asociación –el sexo es deber y no placer– que se manifestará en ocasiones futuras, restará disfrute y acabará por convertirlo en agonía.

Vivir la sexualidad con miedo

Desde pequeñas, nos inducen a vivir la sexualidad con miedo. Miedo a la violencia sexual, miedo al embarazo, miedo al qué dirán, miedo a no gustar. El miedo bloquea el placer por la forma en que funciona nuestro sistema nervioso. [Dentro parte científica]. Cámara explica que tenemos dos sistemas de regulación nerviosa que son complementarios y a la vez antagónicos: el sistema nervioso simpático y el parasimpático. El primero se pone en marcha cuando nuestro cerebro interpreta una alerta; se activa ante el estrés, el miedo y la ansiedad. El corazón late fuerte y rápido, el sudor cubre la frente, se seca la garganta… el cuerpo se prepara para salir corriendo. El segundo, el parasimpático, es el encargado de regular la calma y el equilibrio. La respiración se calma, el corazón late lento, las piernas se aflojan. El segundo, aunque parezca contradictorio, es el único que nos permite disfrutar del sexo. «Para excitarnos, para lubricar, tener una erección, sentir placer… necesitamos relajación», escribe Cámara. «Los miedos –y tu cuerpo no distingue si los produce un precipicio o el miedo a quedarte embarazada– frenan la respuesta sexual. ¿Alguien se pondría a tener relaciones mientras le persigue un león?».

La sexualidad masculina: esto es cosa de dos

«La sexualidad masculina es hegemónica, pero es terriblemente frágil, y nosotras sobreprotegemos para no lastimar ese orgullo sexual», explica Cámara. Por eso fingimos orgasmos. Que esto cambie –que todo cambie– es cosa de dos. «El autoconocimiento no es el fin de todos nuestros males. Hemos dado un paso al frente, conocemos el clítoris, pero, ¿y todas esas mujeres que se conocen y aún así tienen relaciones sexuales insatisfactorias? Hay un punto a partir del que ya no podemos hacer más. En el sexo compartido necesitamos responsabilidades compartidas», argumenta.

El feminismo es consciencia y lucha, pero también es libertad, placer y diversión. Como me dijo en una ocasión la periodista y escritora Ana Requena, «intentemos que no parezca que la batucada, la risa y la purpurina se contraponen al discurso serio y riguroso y de rabia». Esto tiene mucho que ver con el deseo. «Un deseo feminista se pone en el centro y va más allá del consentimiento. Responde a una motivación sincera de placer y acepta que hay más de un vehículo para conseguirlo. No está sujeto a la norma, a la frecuencia y las formas, a lo que se considera adecuado», concluye Cámara. Es una puerta al disfrute; abrámosla.

Headshot of Carolina Freire Vales

Escribe sobre psicología, vida laboral y relaciones emocionales. Escribe, como decía Joan Didion, para entender el mundo. Estudió Periodismo y Comunicación Digital en el CEU San Pablo y Comunicación Estratégica en la Universidad de Columbia. Empezó su carrera en el diario digital The Objective. Ahora escribe en ELLE y S Moda, y también ayuda a marcas a contar su historia.  Vive como escribe: en un intento constante por descubrir qué significa ser mujer adulta y feminista en el presente. Para ello, se sirve de las voces de mujeres que se plantearon esa cuestión mucho antes que ella.  Le gustaría que todas las comedias románticas fuesen como La peor persona del mundo.