Hay quien sostiene que la mejor manera de soñar es estar despierto. Y Pedro Almodóvar ha sido, a lo largo de sus flamantes 73 años, uno de esos espíritus inquietos que no ha hecho otra cosa que dejar volar su imaginación. Lo hacía siendo muy niño en Orellana la Vieja, en una calle humilde y sin asfaltar en la que, mientras su madre sufría por no poder sacarle brillo al suelo de su casa, él se imaginaba viviendo en un western. Más tarde, cantando en el coro del colegio, cuando su voz blanca trascendía los muros de la iglesia, a él las notas del órgano le hacían pensar que esas canciones estaban compuestas sólo para él. O cuando aprendía mecanografía y tecleaba frases obsesiva y repetidamente con su Olivetti en el patio de su casa, con un conejo desollado colgado en la pared, aquel repiqueteo se convertía en una inusitada banda sonora que aún hoy le estremece.

pedro almodovar
Ximena y Sergio
Pedro con cazadora de Louis Vuitton y jersey rojo de lana de Prada.

Hoy, sentado en el despacho de su productora y ante el famoso cartel de Ceesepe para La ley del deseo (1986), llama la atención en la esquina superior derecha un (tal vez anacrónico) personaje sentado frente a una máquina y que, en aquella película por cierto, el protagonista acaba lanzando por la ventana. Una paradoja visual para alguien que ha construido buena parte de su cinematografía escribiendo. Y aunque hace cuatro décadas ya mostró su faceta narrativa más loca con las novelitas Fuego en las entrañas o Patty Diphusa, esta vez baja el volumen, enciende la luz y pone el foco en lo que su imaginación plasmó sobre el papel en distintos momentos de su vida: «Hay algunos relatos en los que directamente hablo de mí y hay otros en los que, sin ser yo, también estoy», confiesa Pedro, el exitoso y oscarizado guionista y cineasta, responsable de más una veintena de películas y uno de los iconos de la cultura contemporánea.

El manchego se muestra locuaz y algo nervioso ante la publicación de su libro de relatos El último sueño (Reservoir Books), una recopilación de escritos sin intención de ser publicados que rescataron, por un lado, su editor, Jaume Bonfill; y por otro, Lola García, su mano derecha y la guardiana de los cientos de relatos que Pedro, a lo largo de décadas, iba guardando en carpetas que ella salvó de las mudanzas.

Con la perspectiva de un arco temporal que abarca casi cincuenta años, este volumen es lo más parecido a una biografía sentimental e íntima de Almodóvar. Un caleidoscopio en los que se reflejan algunas de sus obsesiones más íntimas, además de su evolución como artista en distintas etapas narrativas. La pérdida, el amor, la venganza, el deseo, la cotidianeidad, el humor, la fama o la soledad son algunos de los temas que componen un fascinante collage en el que la vida se entremezcla con el arte.

Pero leámoslo por partes.

1. En un lugar de La Mancha

Para entender al Almodóvar narrador no hay que remontarse sólo a sus famosos orígenes manchegos, sino a la primera de sus aficiones: la lectura. «Mis hermanas solían comprar libros por correo a Galerías Preciados y uno de los primeros que me marcaron fue El lobo estepario, de Hermann Hesse», recuerda. Antes de eso, en el comedor del colegio, los curas le hacían leer en voz alta para sus compañeros: «Tendría unos diez años y leía cosas como Los viajes de Gulliver, de Jonathan Swift o novelas de aventuras de Walter Scott. También leía por la noche, pero aquello era más morboso. En el dormitorio del internado, mientras los niños en silencio se ponían el pijama con el baby puesto para no mostrarse desnudos, yo, de pie, les leía vidas de santos. Recuerdo la de un niño mártir, San Tarsicio. A mí eso de leerles cómo matan y destrozan a un adolescente… me parecía muy gore».

2. El ritual

En el colegio, continúa, no sólo leía, también actuaba y escribía –ganó un concurso con una redacción sobre la Inmaculada Concepción–. «Me elegían para cualquier cosa que tuviera que ver con el espectáculo, y debía de ser un niño insoportable para mis compañeros», bromea. «No llegaron a hacerme bullying porque no se lo permití, y supongo que había que pelearse y esas cosas». De aquella época también recuerda con cierto pesar haber perdido la fe: «Yo iba dispuesto a creer, me parece que es el gran don que puedes tener. Quiero decir, tener fe en cualquiera de los credos vigentes, pero yo desgraciadamente la perdí siendo muy niño». Y de su experiencia, relatada en parte en su película La mala educación, hoy apela a la parte más oscura de aquellos años: «El que te diga que ha estado un colegio religioso y no se ha enterado que había abusos, que sepas que miente».

Pero también tuvo una parte más luminosa. Siendo niño y tras unas ceremoniosas audiciones, fue elegido solista del coro de la iglesia: «Tenía lo que se llama una voz blanca, esa que sólo se tiene –a no ser que te castren claro–, de los 10 a los 12 o así. Luego se me empezó a agravar la voz. Pero disfruté mucho las misas en latín: era un ceremonial muy atractivo. Para mí, la gran experiencia de mi etapa en los Salesianos fue cantar. Porque el ritual es teatro y eso me llenaba mucho».

pedro almodovar
Ximena y Sergio
‘Bomber’ de fieltro de Gucci, jersey de lana de Hermès, ‘jeans’ de Armani y deportivas de Fendi.

3. El público

El cine también formó parte de su educación visual desde muy temprano, algo que ilustra con otro recuerdo vívido de infancia: «Era una escena muy lorquiana: yo contando la película que había visto el día anterior con mis hermanas frente a la modista que les daba clases de corte y confección a las niñas. Fíjate qué público: modistillas... nada me puede gustar más. Ellas me decían: “Pedro ¿qué película viste ayer?”. Y yo se la contaba, pero siempre las deformaba totalmente, les daba la vuelta. Me entusiasmaba tanto que acababa en una ficción que no se correspondía con la original. Pero siempre era muy divertido. Creo que, desde ese momento, yo ya sabía que lo que quería era contar historias».

4. La vocación

«En efecto, mi vocación primera fue la de narrador literario», admite Pedro con una sonrisa. «Lo que ocurre es que pronto me encontré con el Súper 8 y también, y no es falsa humildad, con la conciencia de no ser un gran escritor. Y eso me ha contenido mucho», confiesa. Sin embargo, más allá de la modestia, su trayectoria demuestra que el pulso creativo latía desde sus comienzos. Echando un vistazo a algunos de sus escritos, esos que él llama «de la extrema juventud», admite reconocerse. «Con este libro lo que he descubierto es que yo ya era yo mismo desde muy pronto. Eso no indica que no haya evolucionado... Pero el hecho de sentir que ya eras tú mismo, es una sensación gratificante».

5. El cambio

Pedro recuerda bien aquellos años en los que empezó a filmar peliculitas y en los que la escritura también cobró un sentido. Corrían finales de los setenta, años en los que él madrugaba para ir a trabajar a Telefónica tras coronar aquellas interminables noches del Rock-Ola travistiéndose en el baño junto a Fabio MacNamara. Había pasado de cantar en la iglesia a formar parte de la escena punk –«siempre me ha gustado mucho estar en los extremos», reconoce divertido–. Y señala esa época como un punto de inflexión: «En aquellos años mi escritura cambia radicalmente porque cambia mi vida. Bueno, mi vida, la de los españoles y, sobre todo, la de los madrileños. De pronto nos encontramos con toda la libertad a nuestro alcance y, siendo joven para poder disfrutarla, fue una experiencia increíble. Que sí, que hubo de todo, que naturalmente mucha gente se quedó en el camino etcétera. Pero el hecho de que un país naciera a la democracia, por imperfecta que fuera la Transición, o por tantos que murieron por los excesos, da igual… Fue una sensación maravillosa. Creo que la mejor que he tenido en mi vida». Aquella explosión de diversión y creatividad de La Movida dieron con algunas joyas de Almodóvar en forma de relatos: «Los escribía para La Luna, los hacía siempre en el último momento y eran un disparate, pero funcionaron. Patty Diphusa incluso se tradujo a 16 idiomas. Pero creo que siempre he tenido muy poco respeto por lo que he escrito».

pedro almodovar
Cazadora vaquera y gafas de Prada y jersey de lana de Louis Vuitton.


6. El pudor y el pasado

En esta ocasión, sin embargo, Pedro se muestra más cauteloso. Según dice, en este libro se mezcla el pudor con una cierta aversión a la nostalgia: «A mí nunca me ha gustado mirar para atrás. Pero con este libro tengo la sensación de aceptar el pasado». En el cine, recuerda, empezó a hacerlo en 2004 con La mala educación, «una película en la que hablo de la parte que menos me gustó de mi infancia», y después en Volver, «con la que sí me gustaba, que era la vida en los patios manchegos». Y completó esta especie de trilogía biográfica con el más confesional de sus trabajos, Dolor y Gloria. Aun así, dice tener «más sensación de exponerme en estos relatos. Porque aunque haya escandalizado a tanta gente, resulta que soy una persona extremadamente pudorosa».

7. La determinación

La narrativa de Pedro también hunde sus raíces en sus orígenes, anclados en aquella España humilde de posguerra que marcó su necesidad de soñar con un futuro en apariencia inalcanzable, y acabó dejando el pueblo para renacer en Madrid: «Mi padre me dijo: “Si te vas, tendremos que mandarte a la Guardia Civil”, porque yo era todavía menor. Y yo le contesté: “Pues mándamela, porque me voy a ir”. Sólo discutimos esa vez y ya nunca más. Pero eso también lo tenía claro: que un pueblo para mí era lo último, era el infierno. O sea, que no hubiera sobrevivido a la vida rural. Es como si uno nace en Japón y dice que quiere ser torero: pues no estás en el lugar indicado. Ahora, puedes intentarlo…». Esa determinación que tuvo desde muy joven marcó su nueva vida: «Sabía lo que quería hacer, no cómo, pero sí lo que quería. Y creo que también fue lo que me libró de otras cosas que me rodeaban. Me refiero a las drogas, a las más duras. Me salvó tener una vocación. Bueno, y madrugar para ir a trabajar».

8. La inspiración

La arquitectura emocional de Almodóvar está asentada en las historias de otros: sus autores y directores favoritos fueron abriéndole los ojos y forjando una narrativa propia en su interior. Unos llegaron a través del cine, como Tennessee Williams; otros, como Jean Genet, a través del teatro, y Jean Cocteau, a través de la adaptación de La voz humana de Anna Magnani –«siempre me impresionó muchísimo Anna»–. Todos le descubrieron mundos que le estremecían y perturbaban, y abrieron a su vez otras formas de expresión: «Ofrecían puntos de vista que te formaban, nuevos caminos». Lo que leemos nos define, asiente, pero va más allá: «No sólo la literatura, sino todo lo que leemos. De hecho, ahora, que tenemos acceso a más información que nunca, estamos menos informados. Uno debe tener también conciencia de qué es lo que dicen otros que no piensan como tú, porque te ayuda a entender la realidad en su conjunto». Y concluye con otra reflexión: «Hay algo grandioso en la literatura: es una gran compañía, la que no te va a abandonar nunca. Siempre vamos a tener libros que leer».

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Ximena y Sergio
Jersey de cuello vuelto de Hermès.

9. La voz

Pedro subraya otra experiencia nueva para él, la que le ha brindado la oportunidad de dirigir a actores para el formato de audiolibro: «Ha sido todo un descubrimiento», reconoce. «La voz para mí es el principal instrumento de un actor, y con lo que más trabajo. Pero con el audiolibro he descubierto una nueva narrativa: tiene algo del doblaje, del radioteatro, pero es otra cosa diferente, ni una lectura ni un relato dramatizado». Y en la búsqueda de ese equilibrio descubrió que cada relato tenía su propia voz. Lo que le llevó a recurrir a seis actores para los distintos relatos: Blanca Portillo, Carmen Machi, Pedro Casablanc, Israel Elejalde, Carlos Cuevas y Àlex Monner ponen voz a El último sueño.

y 10. El último sueño

En La Mancha, cuando alguien es listo o tiene iniciativa, se dice que “es capaz de sacar leche de una alcuza”. Y esta expresión que Pedro emplea en el más emotivo de sus relatos, el que escribió tras la pérdida de su madre y que da nombre al libro, ejemplifica algo no anotado hasta ahora: el legado familiar. Y lo resume con una anécdota protagonizada por doña Francisca ante los ojos maravillados de su hijo. «Mi madre inició una especie de negocio, que en realidad consistía en leer y escribir cartas para un barrio de gente analfabeta. Mientras las leía, yo, que me colocaba detrás de ella, me indignaba porque se inventaba la mitad. Pero se conocía tan bien la vida de las vecinas, que sabía lo que querían oír. Y creo que esa es la mejor lección que le puedes dar a un narrador: que la realidad es incompleta y que para ser más vivible tienes que rellenar esos huecos. Y eso es lo que hace la literatura».

Puedes disfrutar del artículo en el número de ELLE de mayo 2023.